Os invito a que entréis y disfrutéis de sus contenidos que, por supuesto, incluyen referencias a nuestros cafés.
En concreto os invito a leer el artículo que inaugura la sección "experiencias de los asistentes", hablando del último de los cafés filosóficos que dinamicé en el Ateneo de Madrid, un estupendo post que expresa muy bien todo lo que se puede encontrar en un café filosófico. Podéis leerlo en la nueva web pinchando en este enlace, o directamente aquí abajo. Muchas gracias a Lucía por compartir su experiencia y a Jorge por todo el trabajo que está llevando a cabo.
Mi primer contacto directo con los cafés filosóficos tuvo lugar hace algo menos de un año. El tema que tratábamos era la muerte y para ello nos reunimos unas treinta personas en Madrid. Nunca me ha dado miedo la filosofía, ni el acto de reflexionar sobre algún tema (ni si quiera de temas tan tabú como puede ser la muerte), no obstanteme sentí algo abrumada por la presencia de quienes ya llevaban bastante recorrido moderando y participando en cafés filosóficos. Quizá por eso me quedé callada durante todo el café, sin embargo fue inevitable mantener en mi foro interno el diálogo, bien latente, aunque solo fuese para mí. Esto es síntoma de la singularidad que tienen los cafés filosóficos ante cualquier otra actividad; todos los asistentes, participen o no con sus opiniones o preguntas, no estarán nunca “ausentes” mentalmente (tal y como pasaba en el aula de Filosofía del instituto), el diálogo del café se convierte en un espectáculo interactivo del que nadie se quiere perder nada.
Con el paso de los meses, y participando en alguna que otra actividad de la misma índole, he podido hacerme consciente de la falta que hace un espacio en el que reflexionar libremente (sobretodo en tiempos como el que actualmente vivimos). La gran mayoría tienen en mente los mismos problemas y temas, dejan sin plantearse otro tipo de cuestiones que quizá son más interesantes para analizar. También me he dado cuenta de que el error está precisamente en la continua y agotadora búsqueda de respuestas a las preguntas y de soluciones a los problemas.
En todo ello entra en juego la labor de los cafés filosóficos, ya que proporciona un espacio amigable en el que el ambiente invita a la reflexión de un tema del que siempre hay mucho que decir, sea o no de esos temas de los que se habla constantemente hoy en día. Además, en los cafés no se persigue llegar a una única respuesta para cada pregunta que se plantea; se asume que no hay una respuesta para cada cuestión, sino que hay muchas y muy variadas.
Los asistentes, y yo entre ellos, podemos decir sin miedo a equivocarnos que los cafés filosóficos acaban en el momento preciso para que cada asistente por separado no deje de pensar en lo que esa tarde ha vivido, escuchado y, sobretodo, aprendido.
Recomendaría a cualquiera que asistiese a un café filosófico, con el tema que fuese, ya que temas como la libertad, la religión, el problema de la percepción de la realidad, la necesidad de la filosofía en el siglo XXI, el amor, la justicia, el sexo o el orgullo hacen que profundicemos en aquello que asumimos por cotidiano, haciéndonos ver que no son conceptos que sabemos tan bien como creemos. Ante todo, los cafés filosóficos nos ayudan a conocernos a nosotros mismos de una manera inesperada y nueva, haciendo de la experiencia algo inolvidable, y… ¿por qué no? algo adictivo.
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Gracias por la aportación.